jueves, julio 21, 2005

El eclipse de ayer

Ayer, miércoles 20 de julio, hubo un eclipse lunar. No me importa que no encuentre documentación de él; yo juro por mi vida que vi un eclipse. No eran nubes, estaba despejado. Lo cogí a mitad. La luna estaba extraordinariamente grande a las 6 de la tarde.

Cuando yo era pequeña, un eclipse era un acontecimiento importante. Había cobertura especial en las noticias, en televisión te enseñaban a construir un proyector para ver un eclipse de sol sin riesgo de ceguera, te decían que era peligrosísimo mirar al cielo. Interrumpían la programación desde el comienzo hasta el final. Todo el mundo se volcaba a la calle. Mi mamá y yo íbamos a la playa, al igual que cientos de personas. Los niños nos emocionábamos. En las escuelas, las maestras dedicaban la clase de ciencias a explicar, a veces prematuramente, lo que era un eclipse. Nadie pensaba que el mundo se iba a acabar, pero todavía el fenómeno natural era eso, un fenómeno, algo digno de interrumpir la novela.

Yo soy la única que vio ese eclipse. No me sorprende, si ya nadie le presta atención a esos asuntos. Últimamente me he encontrado sola en la calle viendo eclipses reales, la gente pasándome por el lado mirando mi cara de zángana elevada al cielo.

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