viernes, junio 24, 2005

Cine

¿Cuán difícil puede ser sentarse tranquilamente en una silla, en silencio y prestando atención exclusiva a lo que se hace y dice en la pantalla? Si usted es una persona que busca qué hacer con una persona a quien aprecia mucho y gusta de iniciar discusiones filosóficas amenas, el cine no es la opción para ustedes. He sido testigo de toda clase de diatribas en medio de una película. Frases como: “Mira”, “Oh”, “Ah”, “¡Ella es su madre!”, “¡Él la mató!”, “¿Qué pasó?” y otras, son de mi especial desagrado. Aun así, a estas personas les concedería una muerte rápida comparado a otros especimenes.

Otra de mis preocupaciones es el empeño de las personas en pensar que una sala de cine es una plaza de pueblo, si ni siquiera le da la luz del sol. Dejar niños sueltos y después, cuando no aparecen, vociferar sus nombres, sostener conversaciones a volumen normal, dejar que el celular suene en su volumen máximo y con su timbre más pintoresco, y para colmo contestar (¡Hello! No puedo ahora. Estoy en el cine. “La Asesina de Hollywood”. Sí, está buena. De una tipa ahí que mata gente que habla en el cine. No. Iba a venir con María pero se rajó. No sé qué le pasa. ¿Tú sabes? Está como rara. ¿Tendrá un chillo? ¡Diantre! ¿De verdad? Mira, me están mirando mal, tengo que colgar. OK, hablamos luego. Llámame a mi casa como a las diez. Pues… si no lo cogen es que están usando Internet. Cualquier cosa me llamas al celular. Cuídate. Bye.)

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