viernes, junio 17, 2005

Sin tener que ir a New York para ver allá qué pasa

Enrique Laguerre murió ayer. Hoy, todas las primeras planas están dedicadas a él. No pretendo que se le desvíe la atención para informar sobre una banda de rock. No me gustaría que se me considerara superficial porque me extrañe tanto que no se hable de Café Tacuba.

Revisé todos los periódicos para ver si se había publicado alguna reseña del concierto de Café Tacuba de anoche. No encontré nada en las ediciones electrónicas. Incrédula, revisé las ediciones impresas. Nada. Las secciones de arte y música ni siquiera tenían artículos sobre Enrique Laguerre; a él se le dedicaron suplementos e “inserts”, sin contar las portadas. O sea, las prioridades estaban cubiertas y no había excusa para la ausencia de una reseña. Quizás mi inconformidad se deba a que mi emoción por haber visto a Café Tacuba no admite la existencia de gente que no se inmute. Debe ser un efecto de mi aprecio a la banda. ¿O realmente hace falta?

En un país donde no vienen muchos artistas de calidad, y cuando viene uno es un acontecimiento, es impensable que un concierto de una de las bandas más importantes de Latinoamérica pase inadvertido. Mientras, se le dedican picas y picas al reguetón. (¿Cuándo empezarán a escribirlo fonéticamente?) Por eso los artistas extranjeros no vienen tanto. Piensan que no convocarán mucho público. Nadie inlcuye una parada en Puerto Rico en todas sus giras. No sólo en Puerto Rico la música buena tiene pocos seguidores, pero además no se les anuncia como se debería. Aparte de dos “billboards” en el expreso Luis A. Ferré, no vi más publicidad del concierto de Café Tacuba. Recuerdo que cuando vino Gustavo Cerati en septiembre de 2003, el Anfiteatro Tito Puente no se llenó a capacidad. Quizás Cerati no tiene tantos admiradores en Puerto Rico, pero a varias personas, fanáticos reventados, gente que se interpondría entre una bala y Cerati, les quise comentar de lo bueno que estuvo el concierto, y me dijeron: “¿Cuándo vino Cerati? ¿Cerati vino, puñeta?”. Y ni hablar del concierto cancelado de Fito Páez, cuya razón se sospecha ser la poca venta de boletos.

Total, a la larga a mí me conviene que pocas personas se enteren cuando viene alguien que me interesa. Mientras menos personas asistan a un evento, mejor veo y menos filas hago. Además, mi queja inicial no era precisamente que los gustos en arte estén por el piso o que no se anuncian los conciertos, sino que tampoco se reseñan.

La pena es que el concierto de anoche fue muy bueno. Un poco largo el preámbulo; los productores deben aprender de una vez que al público no le gusta esperar a que abra una banda, mucho menos dos, para ver a sus amados artistas por quienes pagaron boletos. Dos bandas iniciaron la velada; resultó que yo conocía al de la segunda guitarra de la primera, Audiosis. La segunda, Niño Planeta, tiene una larga carrera en Puerto Rico, pero la gente estaba medio harta y no la disfrutó tanto. De todos modos, ninguna estaba a la par de Café Tacuba, y eso era prueba suficiente de paciencia para cualquiera de los presentes.

A las 11:10 de la noche, cuando Café Tacuba llevaba exactamente una hora en el escenario, hicieron la tradicional despedida de a mentiras. Volvieron, no para cantar una canción o dos, sino para tocar otra hora y veinte minutos. Por casi dos horas y media, complacieron al público incansable. Aunque no del todo. No tocaron una canción que se les pidió a gritos claros, “El borrego”, lo cual convirtió a Café Tacuba en mi banda requetefavorita del mundo. No sólo no se doblegaron ante el público, “coño, nosotros hacemos lo que nos dé la gana, ustedes pagaron por vernos, no por decirnos qué hacer”; no tocaron una de las canciones que se ha convertido en el lugar común entre los fanáticos no auténticos de Café Tacuba, los borregos, aquéllos que sólo escuchan lo que pega y no aprecian la calidad musical de las producciones completas. Eso eleva su arte.

Y he aquí el comentario que me hizo falta encontrar en los periódicos de hoy.

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