domingo, octubre 16, 2005

Despedimos al patio y a los arcos, depuis 20 ans

A punto de apagar la última luz, mi mamá me dijo que se había despedido de la casa, sobre todo del patio, y me preguntó si me había despedido del patio. Le dije que sí, en la tarde. Le había dado una vuelta, admirando los nuevos retoños de palma. Antes, había tanto follaje en el patio que yo hacía casitas entre los árboles. Una gran porción de mi infancia la pasé entre los troncos, jugando hasta al Zorro, como cualquier niño de los cincuenta. Me dolió cuando talaron los árboles. La vecina vieja de arriba, la madre de “Los trofeos”, barría todos los días las hojas que caían de los árboles grandes a los que no le pudieron meter mano. Pero desde que ella se fue, nadie lo hizo más. De la palma caían cocos a diario. Mi cuarto daba al patio y a cada rato escuchaba en las noches algún coco caer como guanábana mientras yo pensaba en lo oportuno de que no hubiera nadie afuera en ese momento. Sobre las hojas en descomposición se posaban los cocos y nacieron de ellos pequeñas palmas, ahora medianas, fuertes y arraigadas. Este patio todavía tiene esperanzas, pensé entonces, qué pena que yo no lo vea reflorecer. Nunca me hubiera querido enterar luego de que la nueva dueña lo que quiere es demoler el edificio para hacer uno nuevo y más moderno. La gente ya no le tiene paciencia los arcos de medio punto, a las paredes sólidas centenarias, a los quenepos, palmas y flamboyanes.

Cuando apagó la luz, dijo: “Bueno, ya.” Y añadió algo así como “se cierra este capítulo”. Vino donde mí y me abrazó. Lloramos un poquito. Siempre pensé que sería más fácil para ella, porque estaba acostumbrada a despedirse. Pero, ahora que lo pienso, ella nunca había dejado pasar tanto tiempo entre despedidas.

Cuando yo armaba casitas de muñecos con ladrillos sobre la tierra del patio, jamás se me hubiera ocurrido que me iría algún día. En las dos veces que estuve a punto de mudarme y las mil veces que mi mamá me dijo que me mudara, aun entonces lo veía tan distante, como algo que yo no necesariamente tenía que hacer. Cuando veía un apartamento de alquiler barato, en el fondo pensaba en mi mamá, no en mí. Yo podría quedarme en casa, criar a mis hijos y morir ahí.

Otra gente se va de sus casas y deja a su familia sin ningún miramiento. ¿Qué me falta a mí para hacerlo igual? Una casa es un pedazo de piedra gigante. Pero por muchos años guardé piedras en una canasta.

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