martes, septiembre 13, 2005

Un comentario elitista

Hoy fui a una entrevista de trabajo. Creo que sólo una vez he ido a una entrevista y, en la sala de espera, hay otras personas para lo mismo. Esa vez, dos otras muchachas estaban vestidas de negro, una de ellas con chaleco, y yo vestía de azul aqua y me sentí inadecuada. Hoy había como cinco mujeres sentadas junto a mí.

Tengo un sentido bastante agudo de la moda; por más casual que parezca mi vestimenta, la próxima vez que me vean piensen en que probablemente me tomó media hora o más escoger la ropa. Me fascinan los tiempos actuales en los que cualquier cosa de cualquier época está de moda, pero a veces me resisto, por ejemplo, a mezclar estampados, listas con lunares, flores con listas, combinaciones de color extrañas, etc. Quizás es cuando voy a una entrevista de trabajo cuando me tardo más. Anoche, por ejemplo, pasé una hora y media decidiendo qué ponerme. Negro es el “staple”, pero es verano. No es como que el entrevistador se fijará en eso, pero ¿y si sí? ¿Y si le parezco ridícula? Las primeras impresiones cuentan mucho en las entrevistas, y lo sé muy bien porque una ex jefa me dejó fotocopiar mi expediente y vi que en la evaluación de mi entrevista hizo un comentario de mi ropa. (Ah, recuerdos. Ninguna de las piezas que vestí ese día las tengo conmigo: la falda la vendí en eBay, la camisa la doné, los zapatos murieron.)

Si algún día me toca entrevistar, sé que tendré que cerrar los ojos y abrirlos sólo para leer el resumé. Hoy día se ha perdido u olvidado la importancia de vestir bien para una entrevista de trabajo. Y sé que tengo una pequeña obsesión fashionista, pero lo que vi hoy es el colmo. Cualquiera entendería. Se trataba de una compañía estadounidense de renombre, no cualquier empresa metralla, y, aun así, habían mujeres descombinadas, con ropa ceñida, con “suits” feos y aburridos de aspecto barato… No hay nada de malo en vestir barato, pero, en una entrevista, eso no debería notarse. Hay cosas muy baratas que tienen buenas terminaciones y aparentan ser mejores. Mi camisa de hoy es de Rave y la compré en el Salvation Army. Y no hay nada de malo en evitar el aburrimiento en el atuendo, después que no sea muy llamativo ni distraiga, claro.

Pero lo peor que vi hoy fue algo que nunca había visto: una mujer fue con su marido. El tipo fue en tenis, con una polo. El roto gigante del ombligo se le marcaba en la camisa. Cuando la esposa entró a un cuartito a tomar un examen, él se quedó en la recepción y se dedicó a jugar con el celular. Dale que dale a las teclas: pip pip pip pip. Subtexto: irritante. El celular le sonó. Parece que era para la mujer, alguien con una pregunta para ella. Él se metió en el cuartito, la interrumpió y le preguntó. Mientras salía, la persona le preguntó algo más, y él volvió a entrar, interrumpirla y preguntarle. Luego, volvió a entrar al cuartito y cogió la cartera de ella en el piso, le sacó la billetera, extrajo dinero y se fue. Hablando de primeras impresiones, me dio la impresión de un patán total, cuyo celular es al que hay que llamar si hay que hablar con la mujer, que ni tenía una billetera en el bolsillo y coge dinero de la de su esposa. Y ella me dio la impresión que me da una mujer que tiene y soporta un marido como ése: que se lo merece.

lunes, septiembre 12, 2005

Cuento leído en Café Berlín el viernes, 9 de septiembre

fotografía: Yolanda Arroyo

Los trofeos
por Isabel Batteria


–No, mami, por favor. ¡Los trofeos no!

–No podemos cargar con toda esta porquería. Bótalos.

–¡Pero son mis trofeos!

–¿Dónde los vamos a meter?

–¡Yo los guardo bien!

–Pero en la casa nueva… ¿Dónde los vamos a meter en la casa nueva? No vamos a tener el mismo espacio que aquí.

-Por favor, mami, yo los escondo.

–Es plástico inservible.

–¡No, dámelos!

–¡Que se van!

Acariciaba con un dedo la figura plástica de mujer con los brazos alzados, antorcha afilada en las manos. Los demás tenían a un hombre con una bola de bolos enredada en los dedos; éste era el único con una mujer. Era su primer trofeo, en una competencia de tan bajo presupuesto que el trofeo era genérico. Las figuritas eran más caras si muy elaboradas.

–Este no, mami.

–¡Ni uno!

Lloraba la pérdida de todos, acumulados en cuarenta años de vida. Su madre fue a él, puso su mano huesuda sobre el trofeo que él acurrucaba.

–¡No, no, no!

–¡Dame, coño!

Él hacía tanta fuerza que cuando por fin soltó el trofeo, su madre casi se va de espaldas al piso.

–¡Se acabó! Y que defendiendo toda esta basura…

Toda esa basura era sus logros en los bolos. No podía creer que se los estuviera botando. Claro, a ella nunca le gustó que él fuera a la bolera. Quedaba más lejos que la esquina. Ella nunca lo deja ir muy lejos solo. ¿Recordaba él la que se formó cuando él consiguió el trabajo? Claro que sí… ¿De noche? ¿Y volviendo a las cinco de la mañana? ¿Qué trabajo del demonio es ese? Los hombres buenos regresan a su casa antes de las nueve y no le hacen pasar malos ratos a su mamá.

Una bolsa negra llena de trofeos voló por el balcón hacia abajo. Tocó el piso y explotó. Al aire fueron decenas de pedazos de mármol, hombrecitos inclinados a punto de lanzar la bola, placas de aluminio.

–Mira lo que has hecho, bruto. Ve y recógelo.

Murmurando augurios de muerte para su madre, salió a la grama a recoger los restos de su dignidad. Había pedazos de mármol hasta en el pavimento. Las figuritas humanas se desprendieron y andaban sueltas como enanos a la huída. Fue auscultando en la oscuridad el campo de batalla, levantando y gimiendo, secándose las lágrimas ante cada cadáver, echando los pedazos en la bolsa rota.

Sobre la hierba estaba la mujercita dorada, su base intacta. La tomó entre ambos brazos, como a un bebé. La arrulló. “No, de ti no me vuelven a separar. Nunca más.”

–¡¡Nunca más!!

–¿Qué pasa, chico? Acaba y bota toda esa mierda. ¿Qué haces?

–¡No!

–Ponte a recoger. Y bota eso, que no sirve para nada.

–Me voy a quedar con ella.

–Es basura.

–¡Sí sirve!

La defensa apasionada del objeto plástico, su pertenencia más antigua después de la vida, su madre nunca entendería. “Sí sirve, sí sirve”, murmuraba tembloroso debajo de los gritos de su madre, mientras acariciaba con su dedo a la mujer plástica, hundiendo en la yema del índice la antorcha afilada. “Sí sirve, mira”, seguía murmurando mientras entraba a la casa para enseñarle a su mamá que sí servía.

jueves, septiembre 01, 2005

Un nuevo paso para la desestigmatización de los asiduos moteleros

Moteles libres del 'Willie tax'
El Nuevo Día, jueves 1 de septiembre de 2005, p.64

CAGUAS - Los moteles en Caguas "cumplen una función social" y por eso estarán exentos de pagar el impuesto municipal pautado para entrar en vigor hoy, dijo ayer el alcalde de ese pueblo, William Miranda Marín.

"Los moteles y los hoteles están exentos de esto", señaló Miranda Marín en una entrevista radial (WKAQ).

Cuando se le cuestionó por qué los moteles no tendrán que pagar las nuevas contribuciones, Miranda Marín indicó que los moteles "cumplen con una función social".

¿Cuál función social?, se le preguntó.

Miranda Marín contestó: "Cuando dos compañeros quieren pasarse un rato, verdad, pues..."

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